viernes, 19 de noviembre de 2010

Impresiones de otoño.

Espliego de Castilla,
romero de Andalucía,
tomillo de Aragón.
Nadie logra imitar vuestro aroma.
No se puede recrear esa impresión.
Queda dentro.
Allí calla.
Espera.
Despierta, íntima y privada,
cuando os acaricio al sol. Vienen las luces del otoño,
brillantes,
doradas.
Detrás el invierno estéril,
de color de plata.


El espliego y el tomillo dan olor al sol.
Las piedras queman
y los lagartos corretean felices entre ellas.
Pero tú y yo sabemos
que aún falta el otoño para llegar al invierno.

La sombra de los chopos
vuelve a refrescar los
caminos de la ribera del río.
Entre las verdeantes hierbas
sorprenden de nuevo las violetas.
Brillan
en el suelo su timidez
y su belleza.
Verdes hojas, verdes.
Alegría del descubrimiento.
Violetas de felicidad.



Han caído ya las hojas.
El viento del invierno
ha barrido calles y plazas,
y arrancado las últimas
hojas que quedaban en las
últimas ramas recónditas.
Pero la noche se va
retirando frente a un día
cada día más claro y reconfortante.
En los bosques aparecen sobre el suelo
narcisos adolescentes.
En las torres de las iglesias
crotoran las cigüeñas.
Es un ciclo una y mil veces
repetido
de ida y vuelta
de la noche al día.

(Este fin de semana pasado no hemos podido salir al campo porque hemos cogido un catarro tremendo que nos tiene agarrados los pechos; así que hemos leído mucho, y recordado viejos poemas que quiero compartir contigo).

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