Como dije en una entrada del viernes, el fin de semana prometía nieve en La Bureba, comarca española de la provincia de Burgos en la que estoy colaborando con un censo de milanos reales (Milvus milvus) invernantes. El sábado por la tarde nos acercamos hasta los contrafuertes del Páramo de Masa y allí, en una choperita de cuarenta árboles, se estaba formando un dormidero de milanos. Increíble. Espectacular. No eran más de cuarenta árboles, y la mayoría eran árboles jóvenes aunque había unos pocos ejemplares de árboles viejos. Los viejos tenían ramas secas, agujeradas por los pájaros carpinteros pico picapinos (Dendrocopos major). Los jóvenes mucha enramada, amplias copas. No nevaba, aunque caía mucha agua y hacía frío. Llovía de una forma intermitente con algunos chaparrones intensos. Allí esperaban los milanos la caída de la noche. Los primeros que llegaron se instalaron en el árbol más alto y de más densa copa de la chopera. El que luego iba a ser el dormidero. Los demás pájaros llegaban y se instalaban al norte, en la misma chopera pero en árboles menos corpulentos.
En los alrededores, manchas bien delimitadas de encinas (Quercus ilex rotundifolia). Supongo que será relictas de los grandes bosques que debieron cubrir la zona. Hay bosquetes bastante regulares de superficie. Pero los milanos reales prefieren los chopos (Populus nigra), no me preguntes por qué. Las encinas estaban ocupadas por docenas de urracas (Pica pica). Los milanos se fueron instalando, bajo la lluvia. Por supuesto aparecieron las habituales cornejas (Corvus corone). Les hicieron algunos picados, pero los milanos no se inmutaron. Se instalaron en las ramas próximas, pero al poco se fueron retirando.
Los milanos fueron abandonando los árboles periféricos y se fueron concentrando en el árbol más copudo, que además era central en la chopera. Fue cayendo la noche y allí los dejamos, bajo una suave pero continua lluvia. Era un espectáculo de mansedumbre. Soportaban con total naturalidad los chaparrones. Entretanto, las cornejas habían desaparecidos. Entre las ramas de los árboles sólo se recortaban las siluetas inmóviles de los milanos.
El domingo por la tarde fuimos a un entorno mucho más urbano. Las choperas próximas al núcleo urbano de una localidad burgalesa bordean al río que recorre todo el valle. Hay cuatro o cinco kilómetros lineales de chopera. Pero aquí, contrariamente al lugar del sábado, los milanos no ocupaban los rodales más jóvenes, sino los más viejos. Un pequeño grupo de una docena de chopos, de cortezas cubiertas de hiedra y de largas ramas cubiertas de restos de follaje, viejos, clavados a un suelo casi inundado, entre el río y un canal, reúne la totalidad de los milanos que duermen por la zona.
Por aquí no andaban ni las cornejas ni las urracas, el viento del norte silbaba con insistencia y la nieve en forma de cellisca nos dificultaba la visión. Los milanos no acudieron a la cita. Enseguida se oscureció tanto que no se veían ni las ramas de los árboles próximos. Dejamos el bosque, envuelto en nubes de nieve. Tengo la impresión de que nos queda invierno para rato, pero el tener una disculpa para pasar los atardeceres en el campo es fantástico. A lo mejor, de no mediar esa disculpa estaría más a gusto en casa con las zapatillas y una buena calefacción. Pero entonces no vería a los milanos reales como hermanos.
En los alrededores, manchas bien delimitadas de encinas (Quercus ilex rotundifolia). Supongo que será relictas de los grandes bosques que debieron cubrir la zona. Hay bosquetes bastante regulares de superficie. Pero los milanos reales prefieren los chopos (Populus nigra), no me preguntes por qué. Las encinas estaban ocupadas por docenas de urracas (Pica pica). Los milanos se fueron instalando, bajo la lluvia. Por supuesto aparecieron las habituales cornejas (Corvus corone). Les hicieron algunos picados, pero los milanos no se inmutaron. Se instalaron en las ramas próximas, pero al poco se fueron retirando.
Los milanos fueron abandonando los árboles periféricos y se fueron concentrando en el árbol más copudo, que además era central en la chopera. Fue cayendo la noche y allí los dejamos, bajo una suave pero continua lluvia. Era un espectáculo de mansedumbre. Soportaban con total naturalidad los chaparrones. Entretanto, las cornejas habían desaparecidos. Entre las ramas de los árboles sólo se recortaban las siluetas inmóviles de los milanos.
El domingo por la tarde fuimos a un entorno mucho más urbano. Las choperas próximas al núcleo urbano de una localidad burgalesa bordean al río que recorre todo el valle. Hay cuatro o cinco kilómetros lineales de chopera. Pero aquí, contrariamente al lugar del sábado, los milanos no ocupaban los rodales más jóvenes, sino los más viejos. Un pequeño grupo de una docena de chopos, de cortezas cubiertas de hiedra y de largas ramas cubiertas de restos de follaje, viejos, clavados a un suelo casi inundado, entre el río y un canal, reúne la totalidad de los milanos que duermen por la zona.
Por aquí no andaban ni las cornejas ni las urracas, el viento del norte silbaba con insistencia y la nieve en forma de cellisca nos dificultaba la visión. Los milanos no acudieron a la cita. Enseguida se oscureció tanto que no se veían ni las ramas de los árboles próximos. Dejamos el bosque, envuelto en nubes de nieve. Tengo la impresión de que nos queda invierno para rato, pero el tener una disculpa para pasar los atardeceres en el campo es fantástico. A lo mejor, de no mediar esa disculpa estaría más a gusto en casa con las zapatillas y una buena calefacción. Pero entonces no vería a los milanos reales como hermanos.
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