Ha fallecido en la localidad burgalesa de Fresno de Río Tirón un hombre bueno. Una persona conocida y querida de todos. El viernes 28 de enero fueron sus funerales. La ermita, que suple como lugar de culto a la vieja, grande y ruinosa iglesia parroquial, no daba abasto. Las cocheras y lonjas próximas al templo se abrieron para resguardar un poco a aquellos amigos golpeados por la lluvia y por la desgracia. Nadie quería perderse el estar allí y poder testimoniar a la familia su sentimiento por la pérdida del padre. Hombre muy conocido en toda la zona, reunió en su despedida a vecinos de todos los pueblos de los alrededores. Cuando se inició el funeral, a eso de las cinco de la tarde, hacía ya un buen rato que los milanos reales (Milvus milvus) se iban encaminando hacia sus dormideros en los sotos del río Tirón. Este año se están juntando alli diariamente varias decenas, hasta un centenar. Algunos volaron sobre la ermita. La conducción recorrió toda la calle principal, desde la ermita hasta el cementerio. En ese recorrido sólo se oían ruidos humanos, lo que más se podía oir era el cuchicheo anhelante de unos y otros, y los apagados saludos que se dirigían los que aquella tarde, con ese motivo, se encontraban después de muchos meses. Ocupaba el espacio el sordo resonar de los pasos sobre el pavimento mojado. Al llegar al cementerio se fue haciendo el silencio. Nos juntamos allí un par de centenares de personas. Tras del responso, el silencio se fue espesando. El cielo estaba extrañamente gris, pero todavía no había oscurecido. De pronto, en el cielo, a pocos metros sobre nuestras cabezas, una pareja de milanos reales, revoloteaba como despidiéndose buscando acomodarse en los chopos que flanquean el cementerio. Parecían cruces negras por el cielo. Al mismo tiempo que un coro de voces femeninas comenzó a cantar "La vida no es el final", los milanos empezaron a lanzar sus largos silbidos; en aquel silencio resonaron de una manera estruendosa. Bajo el cielo oscurecido del ocaso, los prolongados reclamos de los milanos hacían el contrapunto de las voces femeninas. Enseguida comenzaron a restallar las paletadas de tierra mojada cayendo sobre el ataúd. El silencio se convirtió en cristal. El conjunto era luminoso, de una enorme plasticidad. De una increíble belleza. En el cielo las nubes oscuras eran arrastradas por un viento helado. En un segundo pensé: la naturaleza reclama lo que es suyo. Me dije "¡qué frío!", y recordé al poeta "¡qué solos se quedan los muertos!". El cielo de tormenta se cerró, el coro finalizó su canción y los milanos se retiraron a sus dormideros. Un instante mágico. El sonido de las conversaciones ocupó pronto todo el espacio. La magia se esfumó pero, para el que supo verlo, el momento tuvo algo de sobrenatural. Un consuelo para la familia.
lunes, 31 de enero de 2011
Un entierro en Fresno de Río Tirón (Burgos). Un momento mágico.
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