Mi querida amiga Sonia me acaba de pasar un contacto con un periódico que esta mañana publicaba las "impresiones" de un fotógrafo de la Naturaleza que ha conseguido fotografiar una loba en la Sierra Salvada, en Álava. No he sido capaz de traer al blog el link con la página del periódico, así que traigo aquí una de las fotografías de la loba publicadas y me quedo con la impresión que ha producido en mí la lectura del artículo. Dice el fotógrafo Roberto González, de Artziniega, Álava: " Fue una sensación corta pero intensa, seguramente irrepetibler, y tras ver los resultados, por un lado me sentí feliz de haber conseguido registrar, al fin, una especie tan esquiva y, por otro, un tanto preocupado por haberlo hecho de esta forma tan dramática, huyendo del ser humano... Pero ésa es la cruda realidad de nuestros campos. A decir verdad en esta ocasión ocasión tuve una suerte increíblre, pues todo sucedió en menos de una hora. Me había colocado en un lugar con buen campo de visión con la idea de observar algún corzo, jabalí o zorro, cuando de repente y a simple vista, me llamó la atención, a lo lejos, un "bicho" corriendo a gran velocidad. Rápidamente lo enfoqué con mis prismáticos y en ese momento me dio un vuelco el corazón, no había duda, era un lobo que "volaba" como si hubiese visto al diablo. Unos minutos después llegaban un par de cazadores con su perro". La emoción que trasmite al leerlo me ha llegado hasta el fondo. He recordado vívamente la impresión que yo mismo experimenté cuando hace seis o siete años se cruzó en mi camino un lobo, una mañana de domingo en invierno. Bajaba yo a primera hora del Páramo de Masa, en donde había pasado el amanecer observando rapaces, por la localidad burgalesa de Escobados de Abajo, cuando un lobo cruzó la pista forestal por la que iba conduciendo a unos doscientos metros de donde yo estaba. No me cupo la menor duda de que era un lobo. Seguí conduciendo hasta el punto por el que había cruzado la pista, y al llegar allí, el corazón se me paró. El animal se había detenido junto a la pista y, mirándome fijamente, se relamió. Pasó lentamente la lengua por el morro. Es evidente que no me estaba diciendo con ese gesto que me iba a comer, sino que se estaba limpiando el morro de alguna carroña en la que estaba comiendo. Paré el vehículo, y a menos de diez metros, vi como se ponía en marcha otra vez y se perdía entre los matorrales. Temblando, éra tan grande mi dicha, que pensé que tenía que contárselo a alguien porque si no iba a reventar de la emoción. Saqué el móvil y marqué el número de mi hijo, que entonces estaba estudiando en Madrid. "¿Quién es?" preguntó totalmente dormido, pues apenas eran las diez y media de la mañana de un domingo de invierno. "Soy yo -le grité- acabo de ver un lobo!". "Ah, qué bien, -me dijo- me alegro por ti". La línea se interrumpió. Supongo que se dió media vuelta y siguió durmiendo. Mi alegría y emoción fue breve pero intensa. Había visto un lobo libre en la Naturaleza libre. Acabo de recordarlo gracias al link que me ha pasado Sonia. ¡Qué bonita es la libertad!
viernes, 14 de enero de 2011
De lobos y caperucitas.
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