Mi Código de la Circulación por la carretera de la vida.

"Yo soy solo uno. Puedo hacer solo lo que uno puede hacer; pero lo que uno puede hacer, yo lo hago" (John Seymour, 1914-2004). //La sinceridad está sobrevalorada.// Antes de hablar ten claro que las palabras sean más oportunas que el silencio.// No discutas nunca con un imbécil. Te obligará a rebajarte a su nivel y te ganará por experiencia.// ¡Cuántas veces no se pretende sólo derrotar al contrario, sino más bien hundirle tanto en lo profesional como en lo personal!// ¿Quieres ser feliz un instante (o dos)? ¡Véngate! ¿Quieres ser feliz para siempre? ¡Perdona!// Cuanto más pequeño es un corazón, más rencor alberga.// No juzgues. Todas las personas te pueden sorprender si les das la oportunidad.// Tú sigue adelante, si alguien quiere ir contigo, que tire también.// No mires mucho alrededor, sigue adelante pues como dijo no sé quién: "es preferible pedir disculpas a pedir perdón".// No es posible caer bien a todo el mundo. Hagas lo que hagas unos te querrán y otros te aborrecerán. Es inevitable.// El ser humano forma parte de la Naturaleza y es un ser vivo como los demás (árboles, zorros, libélulas, bacterias) por lo que está sometido a los mismos procesos vitales.// Las religiones son el principal enemigo de la salud mental.// Si soy normal, y hago esto y lo otro, seguro que todas las demás personas harán lo mismo o cosas parecidas.

martes, 24 de agosto de 2010

¡Ballena a la vista! Avistando cetáceos en el Estrecho de Gibraltar.

Ayer el grito de "¡ballena a la vista!", que lanzaban los balleneros antes de iniciar la persecución y caza de los cetáceos perdió completamente su carácter siniestro y se convirtió en una fiesta. No hace tanto tiempo (la última factoría dedicada a la caza de ballenas en el Estrecho, instalada en la ensenada de Getares en Algeciras, cerró definitivamente sus puertas en el año 1964), ese grito conmovía hasta a las peñas de la costa y sus consecuencias llevaron a las ballenas al borde de la extinción. Pero ayer éramos un numeroso grupo familiar el que salió animoso y feliz desde Tarifa a ver ballenas y delfines en son de paz por las aguas del Estrecho. Navegamos en el velero Aroha Raji, de un sólo palo, de la empresa Turmares. Eran las 17:15 cuando enfilamos la bocana del puerto. El sol estaba en todo lo alto, con África a un lado y Europa al otro. La costa africana se encontraba semi velada por un cendal de bruma. Apenas se distinguía el Djebel Musa cuando comenzamos la travesía. Rápidamente cruzamos el estrecho y al avistar el puerto nuevo de Tánger ya se había despejado completamente el cielo y el sol rielaba desde el oeste del canal. A ambos lados pasaban rápidamente gigantescos cargueros como inmensos trenes imparables. Pero nuestro objetivo no era Tánger, ni cruzarnos en los "carriles" de los cargueros, sino dedicar unas cuantas horas a escudriñar las límpidas aguas del estrecho en busca de cetáceos. En estas aguas habitan de manera estable cuadro especies diferentes de mamíferos marinos y son visitadas estacionalmente por otras tres. Por ello, esperábamos ver especímenes de alguna especie de delfín y calderones, pero, secretamente alimentábamos la esperanza de encontrarnos con algún cachalote, alguna orca o algún rorcual común (la segunda ballena más grande del mundo). Nuestras esperanzas se vieron colmadas cuando, después de aproximadamente una hora de navegación avistamos los primeros cuatro calderones comunes (Globicephala melas) al poco de ver algunos saltos espectaculares de atunes. Enseguida fuimos rodeados por un gran grupo de delfines mulares (Tursiops truncatus) (el más común de los delfines, el Flipper de las series de de televisión). Navegamos con ellos durante un buen rato, son enormes. A mi sobrino Pablo, que navegaba con las piernas colgando a ras del agua desde la proa, llegaron a rozarle los pies. Vimos algunos ejemplares de delfines comunes (Delphinus delphis). La emoción es indescriptible porque esos animales son libres, están ahí porque quieren, pero no son un parque temático, van, vienen, cazan, nadan libremente día tras día, mes tras mes, de día y de noche. Nadie los ha puesto ahí para nosotros. Al poco nos vimos rodeados de una verdadera multitud de calderones comunes. Contamos setenta y tres, pero está claro que había más de un centenar. Ejemplares grandes, pequeños, hembras con su cría, grupos familiares o ejemplares solitarios atravesaban una y otra vez la estela del balandro y tanto a babor como a estribor sus filas se perdían hasta confundirse con las olas del mar. Fue un momento mágico. Pero nosotros no podíamos más. El mareo había asaltado a varios de los miembros de la tripulación y era preciso regresar. Enfilamos la costa española y, navegando exclusivamente a vela, y abrigados pues el calor del día había sido sustituido por un frescor marino húmedo al ir cayendo la tarde, buscamos el refugio del puerto de Tarifa. Un verdadero espectáculo. Magnífico, gratificante. Un grupo familiar de calderones comunes.

Un gran macho de calderón común.

La silueta del Djebel Musa cernida sobre los pesqueros españoles que faenan en el estrecho.


Una pareja de delfines comunes mirándonos fijamente al acercarse al barco.



No hay comentarios:

Publicar un comentario