Pescadores chinos en sus balsas de bambú con los cormoranes que usan para pescar.
Hace mucho, mucho tiempo, en un cierto lugar de la lejana China que se llamaba Chinjai, vivía un niño llamado Zao Si Yan. Este niño era hijo de pescadores. En aquel entonces, y aún hoy es costumbre que se sigue manteniendo allí, los pescadores chinos utilizaban un método de pesca curioso y especial. Los pescadores navegan en pequeñas balsas de bambú en las que llevan unos grandes pájaros marinos con los que pescan. Sí, sí lo habéis entendido bien, los que pescan son los pajaros. Los pájaros llevan fuertemente atada al cuello una pequeña lazada para que cuando el pájaro se tire al agua y pesque algún pez con el pico afilado que tiene, no se lo pueda tragar y se lo dé a su dueño que le espera en la pequeña balsa. Los pájaros, negros como la pez, se llaman cormoranes (Phalacrocorax carbo sinensis) y son muy hábiles pescando peces. ¡Tanto que su vida depende de ello! Así, pez a pez, durante toda la noche, a la luz de los faroles, van llenando las cestas de los pescadores chinos. Cuando ya han pescado mucho, se les suelta la lazada del cuello para que puedan pescar para ellos y comer. Cuando amanece, se les recoge y se les lleva a tierra. Si las capturas han sido buenas, cuentan que los pescadores chinos que vuelven a casa van cantando viejas canciones. Si han pescado poco, o si han perdido algún cormorán, los pescadores chinos vuelven a casa en silencio, y, entonces, se oye al viento gemir y a las olas romper contra las enormes rocas de la orilla.
La familia Si Yan tenía un barco grande, un junco con dos grandes ojos pintados a los lados de la proa, desde el que bajaban las balsas de bambú al agua. Cuando Zao era todavía muy pequeño, le regalaron su primer cormorán para que fuera ayudando a sacar adelante a la familia.
A Zao le encantaba pescar, pero no le gustaba que el agua del mar le salpicara porque estaba salada y porque, al secarse, le dejaba la ropa seca como un bacalao, y, por eso, él siempre navegaba en la popa del barco, en donde estaban los cormoranes. Un día, cuando navegaban hacia la zona de pesca, todavía en el junco y antes de botar las balsas de bambú al agua, Zao iba sentado, como siempre, en la popa del barco, mientras que su padre y el resto de la familia iban en la proa. De pronto, en el silencia de la noche, su cormorán le empezó a hablar.
A Zao le encantaba pescar, pero no le gustaba que el agua del mar le salpicara porque estaba salada y porque, al secarse, le dejaba la ropa seca como un bacalao, y, por eso, él siempre navegaba en la popa del barco, en donde estaban los cormoranes. Un día, cuando navegaban hacia la zona de pesca, todavía en el junco y antes de botar las balsas de bambú al agua, Zao iba sentado, como siempre, en la popa del barco, mientras que su padre y el resto de la familia iban en la proa. De pronto, en el silencia de la noche, su cormorán le empezó a hablar.
- "Suéltame la lazada del cuello" -le dijo-. "Yo pescaré todos los peces que quieras, y, luego, me dejas que pesque para mí. Si me sueltas la lazada del cuello seré amigo tuyo y pescaré mucho más que ahora". Zao le dijo que no sabía si le dejarían. Y así estuvieron comentando un rato. En realidad Zao no estaba seguro de si todo esto no sería una especie de sueño, pues el continuo movimiento que las olas imprimían al barco le había llevado a adormecerse un rato. Desde la proa, el padre y el resto de la familia, le miraban. Le veían mover los labios, oían los profundos reclamos del cormorán y les pareció que Zao estaba chiflado. Hablando sólo. Pero no lo comentaron más. Un grito de su padre en la noche acabó de despabilar a Zao. Al llegar al banco de pesca, bajaron las balsas, encendieron los faroles y comenzaron a pescar. El pájaro de Zao saltó al agua con la lazada del cuello muy abierta. El muchacho había hecho caso a su cormorán; no se había atrevido a soltarle del todo la azada pero se la dejó muy flojita, casi suelta. El cormorán cogió montones de peces. Casi llenó la balsa y luego el junco, él sólo. Luego pescó para comer él y regresó al barco muy contento. Cuando volvían a casa al amanecer, otra vez habló con Zao, y esta vez éste estuvo muy despierto y muy atento a todo.
- "¿Ves cómo era cierto lo que te decía? Ahora medio libre he pescado mucho para ti. Cuando esté libre del todo va ser mucho más. Pescaré mucho para ti todos los días y luego comeré yo".
De nuevo la familia de Zao le vió hablando con el pájaro, pero, creyendo que hablaba sólo, ninguno pensó en hacer ningún comentario. Como la pesca había sido muy buena, cantaron felices, y el viento les acompañó haciendo sonar alegremente las cuerdas y las cañas de las velas. Aquella mañana, Zao no pudo dormir. Dió vueltas y más vueltas en la esterilla de caña sobre la que dormía. Al mediodía no pudo aguantar más y se lo contó a sus padres durante la comida. Con la boca llena de arroz, tembloroso, les contó lo que había dicho el cormorán y por qué, creía él, habían pescado tanto la noche anterior. Sus padres le creyeron inmediatamente. El señor Yan era un enamorado de las cometas y de los farolillos de papel, y, en los días en que hacía fiesta, hacía volar una enorme cometa con cara de dragón. Así que cuando su hijo le dijo que podía hablar con los cormoranes, y que estos querían ser amigos suyos, no se extrañó. Cosas más raras le había contado su padre, y el padre de su padre. Aquella noche la pesca fue magnífica. Todos los cormoranes de la familia Si Yan pescaron sin lazada en el cuello. Zao hablaba con todos ellos, y ellos le contestaban. Sus hermanos y hermanas y sus padres, le veían jugar feliz entre los pájaros, y aunque ellos sólo podían oir graznidos, reclamos guturales y profundos, y los gritos de su hijo, sabían que todos estaban contentos. Un pescador, que siempre pescaba con su balsita de bambú en las proximidades de la familia Si Yan, les preguntó:
- "¡Eh! ¿Por qué pescan tanto vuestros pájaros?".
-"Porque son felices" -le contestaron.
- "¿Por qué son felices? ¿Les dais mucho pescado?".
-"No, es que no llevan atado el cuello".
- "¡¿Sueltos?! ¡Estáis locos, se os van a escapar!".
- "Es que Zao habla con ellos".
El pescador se les quedó mirando porque, seguro de que se habían chiflado, quería saber si podían llegar a ser peligrosos. A pesar de todo, los pescadores de la aldea vieron que cada día pescaban más los que no ataban el cuello a sus pájaros. Poco a poco, todos fueron liberando a sus aves. Algunas se escaparon, eran las de pescadores retorcidos, que no les habían dado nunca comida, les pegaban o no les acariciaban suavemente el cuello cuando volvían a la aldea y descansaban después de pescar. Pero la mayoría se quedó y, desde aquellos días, la aldea de Zao fue una aldea próspera y feliz. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Muy bonita historia y muy ilustrativa de la forma de pescar en china, gracias por compartirla.
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