lunes, 25 de enero de 2010
Escenas africanas I.
Hacia las seis de la tarde preparábamos las redes para los paseriformes, cuando las quitábamos, al caer la noche, después de anillar varias docenas de insectívoros y otros, montábamos redes para limícolas, ya que uno de los del grupo es un gran experto en ellas. Las dejábamos colocadas pero cerradas hasta que volvíamos allí después de cenar. Entonces las abríamos y, lentamente, casi sin ninguna luz, nos alejábamos de las redes hasta los confines de alguna charca próxima. La oscuridad era absoluta pues sólo una línea de luz pálida señalaba el lugar que la luna ocupaba en el cielo. Las estrellas blanquean la bóveda nocturna, el ruido de las llamadas de aves medio dormidas se une a un concierto infinito de insectos. A lo lejos se oyen las llamadas de hienas y chacales. Al llegar al confín de la laguna encendemos los frontales y empezamos a avanzar hacia las redes haciendo ruido, pero el barro nos atenaza las botas y la progresión es muy lenta. En el centro de la laguna el agua nos cubre justo por encima de las botas, se llenan de agua y el avance es muy penoso. Hace calor, estamos solos. A unos trescientos metros a cada lado vemos cómo empiezan a destellar los frontales de otros compañeros. Sabemos que en el agua hay cocodrilos, porque los hemos visto de día. La noche sobrecoge. Poco a poco seguimos avanzando. Nos reunimos junto a las redes. Allí está atrapado un murciélago, un chorlitejo y alguna otra limícola. El resultado es magro. hay que volver a cruzar, ahora desde el otro lado. La noche sigue crepitando con mil ruidos diferentes, nos perdemos en la oscuridad escuchando anhelantes por si distinguimos el chapoteo del cocodrilo. Terminamos la batida y no ha pasado nada. Anillamos otro par de aves más. La noche se hace clara a la luz de las estrellas. Fuá, ¡qué emocionante puede llegar a ser esto de la ornitología!
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