miércoles, 27 de enero de 2010
Escenas africanas IV
La entrada en Dakar a las siete de la tarde de un sábado de enero es absolutamente espectacular. Una única carretera, de cuatro carriles, tiene que absorber miles de vehículos en seis o siete filas paralelas. Los vehículos apenas avanzan. Aprovechando que van despacio, cientos de vendedores ofrecen tarjetas de móvil, mandarinas, paquetes de cacahuetes, metiéndolos literalmente por las ventanillas. Santones y grupos de acólitos lanzan letanías a los vehículos más rezagados. De sus cuellos cuelgan fotografías de su dios o sus profetas. Todos los camiones y autobuses llevan en sus ventanillas invocaciones a santos y fotografías de morabitos, santones y hombres de dios. Algún pobre simplemente pide limosna. Un despistado intenta vender loritos de colores. Ambas aceras y la mediana están literalmente invadidas de gente haciendo sus "bissnes". El cielo ofrece un color cárdeno. Toda la escena está presidida por millares de milanos negros que recortan sus siluetas en el cielo sombrío. Centenares de milanos están volando, otros cuantos centenares ocupan gallures de los tejados, árboles, torres de antenas. Parece que no existe otra ave. Hay miles. Se diría que todos los milanos que pasan el verano en Europa se concentran aquí a pasar nuestro invierno, pero no, estos osn de otra especie son Milvus parasitus. El espectáculo es gigantesco. Entre ellos aparece algún cuervo pío y dos o tres buitres. Seguramente todos ellos vuelan sobre vertederos. A la izquerda, en la línea de las playas, sobre la línea anaranjada de cielo que ha dejado el sol recién desaparecido, se ven todavía algunas docenas más de milanos. Puede que haya varios miles. Cae la noche y dejan de verse las aves mientras la muchedumbre, de la que sólo se ven sus ropas de colorido brillante, sigue afanándose en sus ventas. Entramos en Dakar de noche cerrada.
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