jueves, 29 de abril de 2010
Amanecer en las balsas de Salburua.
Esta mañana, a las cinco menos veinte sonaba el despertador. Después del desayuno, ducha y dejar el café preparado para los siguientes, me he dirigido a la cita que tenía a las seis. El objetivo de una salida así, en la oscuridad de la noche, no puede ser más que o clandestino o muy inocente. Íbamos a intentar anillar los pollos de garza real (Ardea cinerea) de un nido que tenemos localizado. Era noche cerrada. Las calles estaban completamente vacías (en Vitoria hoy la mitad de la población está de "puente" pues ayer fue el día festivo de nuestro patrón San Prudencio). Cuando he llegado a las seis menos 10 ya estaba allí esperándome mi socio. Hemos montado el barco, que hemos hinchado con un compresor eléctrico de mano. Ha sido genial; habitualmente la operación nos cuesta tres cuartos de hora y acabamos cubiertos de sudor. Hoy estábamos echados en el suelo mientras la maquinita hacía su labor. A eso de las siete hemos botado la canoa. Nos hemos dirigido, bogando entre dos luces, remando hacia el bosquete en el que sabíamos que estaba el nido. Patos, fochas y somormujos se despertaban y salían pitando al descubrir una especie de ballena gorda aproximándose. El silencio, sólo interrumpidio por los trompetazos de la fauna al huir y por el canto de las ranas, era magnífico. Hacía un ligero fresco y soplaba brisa de levante. Hemos llegado hasta el árbol que sostenía el nido. Hasta la misma base. El agua estaba negra. Era un arbolito fino y cimbreante, con el nido a unos cinco metros de altura. Imposible de subir. Las garzas adultas se elevaban lentamente si perder de vista a esa especie de redondo saurio que se ha instalado bajo sus patas. Era absurdo y peligroso intentar llegar al nido. Hemos salido de la enramada y hemos circunnavegado todo el bosquete. El sol estaba ya fuera, de color naranja fuego. El cielo cárdeno. El bote avanzaba con la agilidad de un saco de patatas, más o menos; pero la impresión era extraordinaria. Sonaba el agua en los remos, avanzábamos lentamente entre los sauces, sobre un campo de brotes de espadaña. El sol ha comenzado a brillar, pintando todo el paisaje de verde vida, cuando hemos llegado al desembarcadero. ¡Qué día, por favor! Parecía la selva. Olía a aventura. Hemos recogido rápidamente (la balsa hay que descontaminarla para evitar que traslademos contagios de larvas o esporas de un sitio a otro), y de allí corriendo a trabajar. Hoy he llegado tarde por primera vez: eran las 7:58 cuando he fichado. Pero, coño, la mañana ha comenzado de otra manera. ¡Qué felicidad interior da el campo! 801811.
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