El comentario anterior, el que he hecho sobre el turismo en la Antártida, me ha recordado un asunto que viene coleando desde hace tiempo. El de si es bueno que todo el mundo pueda entrar en los espacios protegidos; si es conveniente o no el dar publicidad a los lugares en los que hay tal o cual especie o se debe conservar en secreto, sólo para ornitólogos "serios", etc.
Hay naturalistas, alguno muy significado, que consideran que hay que dejar fuera de las Reservas y Espacios Protegidos a toda persona no experta. Pero también hay naturalistas, algunono menos importante que los anteriores, que son partidarios de que se informe a la ciudadanía, con el máximo detalle posible, sobre los tesoros naturales que se conservan en parques, reservas o espacios protegidos. He leído artículos, blogs, tweets, etc. en los que, desde una especie de aristocratismo del experto que se sitúa muy por encima del "comúndelospequeñosydespreciablesmortalesaficionados", se hacen comentarios despectivos sobre las personas que visitan, por ejemplo, unos humedales cercanos a la ciudad. Es más, se achaca el que los visite tanta gente "inculta la pobre", a, precisamente, su cercanía a la ciudad o a la facilidad de acceso a los mismos.
Para mí esto es un grave error de perspectiva sobre el que conviene reflexionar. En primer lugar, hemos de considerar que esos espacios naturales no están ahí por sí mismos, sino porque alguna persona, generalmente político, ha decidido que ese espacio se conserve. Pues bien, de la misma manera, el mismo político o su sucesor, pueden decidir que ese espacio se urbanice. En segundo lugar, si nadie valora y resalta los "tesoros" naturales que hay en un espacio, lo normal es que su conocimiento quede en el secreto de los científicos "serios" que se echarán las manos a la cabeza cuando una excavadora arrase con el lugar. Hay que conseguir que todas las ciudadanas y todos los ciudadanos conozcan y se enorgullezcan de los seres vivos que albergan esos espacios. Es verdad que a menudo, los únicos seres vivos que se consideran conservables son especies emblemáticas o de honda raigambre popular, condenando a otras, como levaduras, hongos, bacterias o musgos, al desconocimiento y, con él, a su destrucción. Bien, de acuerdo, pero una cosa ha de llevar a otra. Empezando por animales, plantas o insectos emblemáticos, se abrirá una puerta para acceder a otros reinos más herméticos. Lo que es importante es sustituir la tecnocracia por la participación. La clave es aceptar la participación de más agentes activos en la toma de decisiones.
Tengo la impresión de que si hace sólo cuarenta años, como mucho, los humedales se consideraban como espacios degradados e insalubres y lo "progresista" era desecarlos; y hoy lo más "cool" es conservarlos, a lo mejor, si se pasa la moda, volveremos a oir voces que reclamen su desecado por razones de salud pública, contra los mosquitos, contra el reúma, por el progreso, etc. Ninguna de las victorias en la conservación es defintiva, por ello es preciso que cada ciudadano se convierta en un agente activo de conservación y defienda con uñas, dientes y votos, estos espacios. Ello, en mi opinión, sólo es posible si lo conoce, lo valora y está orgulloso de ello. Así que abramos los espacios y las especies al conocimiento general no vaya a ser que de tanto amor como tenemos a los espacios protegidos, queramos protegerlos tanto, que los aislemos de la gente común, dejándolos desprotegidos. Hay amores que matan. Porque de ello se aprovecharán, destruyéndolos, convirtiéndolos en polígonos residenciales de chalés por supuesto sostenibles, para, por supuesto, amantes de la naturaleza, los tiburoncillos de siempre. Por cuatro perras. Sólo las firmes barreras de la opinión pública pueden impedir estos desmanes. No olvidemos que, en última instancia, estas recalificaciones urbanísticas son competencia de los políticos a los que debemos votar. No se trata de ser consultados e ignorados después, que suele ser la tónica habitual. Es un imperativo democrático que las organizaciones de la sociedad civil y los ciudadanos y ciudadanas interesadas por la Naturaleza asuman una cuota creciente de influencia y decisión en la gestión pública de su área de interés. Hemos de abogar pues por la corresponsabilidad, la autogestión, la información exhaustiva y el fortalecimiento de los colectivos de ciudadanos como parte de la protección pública a la que están obligadas por ley las administraciones. Por ese motivo es legítimo reclamar una presencia activa de las personas, los movimientos locales, vecinales, aficionados y vecinos y vecinas en las políticas públicas de conservación.
Para mí esto es un grave error de perspectiva sobre el que conviene reflexionar. En primer lugar, hemos de considerar que esos espacios naturales no están ahí por sí mismos, sino porque alguna persona, generalmente político, ha decidido que ese espacio se conserve. Pues bien, de la misma manera, el mismo político o su sucesor, pueden decidir que ese espacio se urbanice. En segundo lugar, si nadie valora y resalta los "tesoros" naturales que hay en un espacio, lo normal es que su conocimiento quede en el secreto de los científicos "serios" que se echarán las manos a la cabeza cuando una excavadora arrase con el lugar. Hay que conseguir que todas las ciudadanas y todos los ciudadanos conozcan y se enorgullezcan de los seres vivos que albergan esos espacios. Es verdad que a menudo, los únicos seres vivos que se consideran conservables son especies emblemáticas o de honda raigambre popular, condenando a otras, como levaduras, hongos, bacterias o musgos, al desconocimiento y, con él, a su destrucción. Bien, de acuerdo, pero una cosa ha de llevar a otra. Empezando por animales, plantas o insectos emblemáticos, se abrirá una puerta para acceder a otros reinos más herméticos. Lo que es importante es sustituir la tecnocracia por la participación. La clave es aceptar la participación de más agentes activos en la toma de decisiones.
Tengo la impresión de que si hace sólo cuarenta años, como mucho, los humedales se consideraban como espacios degradados e insalubres y lo "progresista" era desecarlos; y hoy lo más "cool" es conservarlos, a lo mejor, si se pasa la moda, volveremos a oir voces que reclamen su desecado por razones de salud pública, contra los mosquitos, contra el reúma, por el progreso, etc. Ninguna de las victorias en la conservación es defintiva, por ello es preciso que cada ciudadano se convierta en un agente activo de conservación y defienda con uñas, dientes y votos, estos espacios. Ello, en mi opinión, sólo es posible si lo conoce, lo valora y está orgulloso de ello. Así que abramos los espacios y las especies al conocimiento general no vaya a ser que de tanto amor como tenemos a los espacios protegidos, queramos protegerlos tanto, que los aislemos de la gente común, dejándolos desprotegidos. Hay amores que matan. Porque de ello se aprovecharán, destruyéndolos, convirtiéndolos en polígonos residenciales de chalés por supuesto sostenibles, para, por supuesto, amantes de la naturaleza, los tiburoncillos de siempre. Por cuatro perras. Sólo las firmes barreras de la opinión pública pueden impedir estos desmanes. No olvidemos que, en última instancia, estas recalificaciones urbanísticas son competencia de los políticos a los que debemos votar. No se trata de ser consultados e ignorados después, que suele ser la tónica habitual. Es un imperativo democrático que las organizaciones de la sociedad civil y los ciudadanos y ciudadanas interesadas por la Naturaleza asuman una cuota creciente de influencia y decisión en la gestión pública de su área de interés. Hemos de abogar pues por la corresponsabilidad, la autogestión, la información exhaustiva y el fortalecimiento de los colectivos de ciudadanos como parte de la protección pública a la que están obligadas por ley las administraciones. Por ese motivo es legítimo reclamar una presencia activa de las personas, los movimientos locales, vecinales, aficionados y vecinos y vecinas en las políticas públicas de conservación.
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