¡Por fin! España parece haberse sacudido el complejo de inferioridad y ha decidido lanzarse a una enorme investigación global por los mares del mundo. Hubo una cierta tradición española en la investigación científica fuera de la Península Ibérica hasta el siglo XVIII, pero prácticamente se había abandonado esa costumbre y las investigaciones españolas, salvo excepciones muy meritorias pero que se pueden contar con los dedos de las manos (bueno, vale, y de los pies), se dedicaban a estudiar la pelusilla de sus ombligos. Son cientos de miles los folios dedicados por los investigadores españoles a sus propios patios traseros. Pero, ciertamente, eran pocas las investigaciones que sobre aspectos de interés mundial se desarrollaban por científicos españoles. La tradición de la investigación científica universal estaba muy interrumpida. Puede que la paralización, en parte, se deba a la miopía y al aislamiento al que la ciencia española estuvo sometida durante el franquismo. Los investigadores españoles que, en aquella época, querían trabajar sobre temas de valor científico de hálito más elevado que el local, o se marchaban fuera o se sometían a la dictadura del corporativismo universitario y se secaban. Fue una etapa que podemos calificar de "reino de los eruditos locales". Decenas de personas en cada pueblo, barrio, urbanización o casa de vecinos, demostraba de manera indubitable que Cristobal Colón, por ejemplo, había nacido, por ejemplo, en Carcastilla de Molina, lugar en el que el correspondiente erudito local había encontrado documentación irrefutable que lo demostraba. La manía era inocente y esas demostraciones irrefutables, fuera de agrias polémicas en los periódicos comarcales (ya que otro erudito local había demostrado con anterioridad que la patria chica de Colón era el vecino pueblo de Cicastillo de Molina), no tenían repercusión ninguna ni en las revistas científicas ni en la macilenta vida universitaria. El problema se inicia cuando ¡treinta y cinco años! después de la muerte de Franco, todavía la ciencia española se limitaba a esporádicas intervenciones en las zonas punteras, las zonas de frontera, de avance de la ciencia universal. Algo hay, algo ha habido, pero todavía sorprendía por extraño ver a científicos españoles firmando artículos en las revistas científicas del índice ISI de Thompson Reuters, por ejemplo. Todavía hay un cierto papanatismo con los científicos que se asoman fuera. Todavía hay un cierto dogal que quiere tener atados a nuestros científicos a la pata de la mesa del laboratorio local. Y todavía hay muchos artículos interesantes que no llegan al mundo científico porque se realizan para revistas de asociaciones y organizaciones no ya de ámbito local sino localísimo. Por todo ello, y quizás alguna cosa más, la ciencia española ni es conocida ni goza globalmente de prestigio internacional.
Pero algo ha cambiado como digo. El buque oceanográfico Hespérides ha zarpado de Cádiz para recorrer durante siete meses todos los mares e investigar las consecuencias del cambio climático sobre la vida marina. Así como la propia biodiversidad en el océano profundo. A él se le unirá el buque oceanógráfico Sarmiento de Balboa y entre los dos acumularán más de treinta y tres mil millas naúticas. A la expedición, organizada por más de diecinueve instituciones científicas españolas se han asociado otras dieciseis instituciones extrajeras como la NASA, la ESA o las universidades de Washington, Viena o California. La expedición ha sido calificada como "la mayor expedición oceanográfica de la historia de España". Es simbólico que oficialmente haya sido denominada "Malaspina 2010". Tengo la impresión de que ello significa que la ciencia española quiere recuperar la tradición de los grandes viajes de investigación universales y reputarse, fuera de la estrechez de lo local, heredera de la rica tradición investigadora del XVIII, pues Malaspina fue el capitán de una gran expedición con la que, al mando de los navíos Descubierta y Atrevida, recorrió los siete mares durante cinco años desde julio de 1789 hasta el año 1794 investigando fauna, cartografiando, explorando el mar. Aquella expedición partió también de Cádiz. Con ello se cierra el círculo. Deseamos buenos vientos a los nuevos poseidones y a ver si podemos encontrar referencias a las investigaciones españolas en artículos científicos del mayor nivel que nos permitan abandonar actitudes derrotistas y pesimistas. ¡Buena singladura!
Pero algo ha cambiado como digo. El buque oceanográfico Hespérides ha zarpado de Cádiz para recorrer durante siete meses todos los mares e investigar las consecuencias del cambio climático sobre la vida marina. Así como la propia biodiversidad en el océano profundo. A él se le unirá el buque oceanógráfico Sarmiento de Balboa y entre los dos acumularán más de treinta y tres mil millas naúticas. A la expedición, organizada por más de diecinueve instituciones científicas españolas se han asociado otras dieciseis instituciones extrajeras como la NASA, la ESA o las universidades de Washington, Viena o California. La expedición ha sido calificada como "la mayor expedición oceanográfica de la historia de España". Es simbólico que oficialmente haya sido denominada "Malaspina 2010". Tengo la impresión de que ello significa que la ciencia española quiere recuperar la tradición de los grandes viajes de investigación universales y reputarse, fuera de la estrechez de lo local, heredera de la rica tradición investigadora del XVIII, pues Malaspina fue el capitán de una gran expedición con la que, al mando de los navíos Descubierta y Atrevida, recorrió los siete mares durante cinco años desde julio de 1789 hasta el año 1794 investigando fauna, cartografiando, explorando el mar. Aquella expedición partió también de Cádiz. Con ello se cierra el círculo. Deseamos buenos vientos a los nuevos poseidones y a ver si podemos encontrar referencias a las investigaciones españolas en artículos científicos del mayor nivel que nos permitan abandonar actitudes derrotistas y pesimistas. ¡Buena singladura!
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