Iniciamos el viernes por la tarde el fin de semana, haciendo una visita a tierras de la Bureba, comarca española de la provincia de Burgos, en las que estamos desarrollando algunos trabajos de campo pajareros. La tarde empezó nublada y chispeando agua nieve. La chopera que vigilábamos está metida dentro del pueblo, por lo que podíamos escuchar las campanadas del reloj de la iglesia. Fuera de esto el silencio era total. Llegaron dos busardos ratoneros (Buteo buteo). Fueron recibidos por el fuerte reclamo del Pito real (Picus viridis). La oscuridad siguió cayendo. Las fincas próximas al río se fueron celando de oscuridad y bruma. Unos puntos oscuros que llamaron nuestra atención en una campa próxima nos permitieron ver cuatro corzos (Cupreolus cupreolus), alimentándose y persiguiéndose. Estuvimos observándolos un buen rato.
Siguió cayendo la noche y tuvimos que alejarnos de allí. La visibilidad era muy escasa en el fondo del valle. Seguía lloviznando. El atardecer era de otoño, evidentemente. Paradigma de frío en el campo y de calor en los hogares. De las chimeneas de las casas empezaron a salir penachos de humo; y el olor a madera quemada, ardiendo en los hogares, pronto llenó el pequeño valle. Ni un sonido más alto que otro que asustara a los corzos. Los dejamos alimentándose en las sombras de la noche incipiente.
Pero la vida silvestre seguía bullendo. Fuera de los muros de las casas, que separan lo civilizado de lo salvaje, los animales silvestres seguían asomándose a la noche. Un zorro (Vulpes vulpes)cruzó raudo la carretera, y corrió a nuestro lado oculto por las hierbas de la cuneta de las que sobresalía el extremo blanco de su cola. Enseguida tuvimos la visión de otro solitario corzo en unos rastrojos. Podía ser macho, aunque ahora han perdido los cuernos y están desmochados. Llegando a la carretera local, seis corzos, a los que vimos muy bien y cuyo anillo anal blanco brillaba como la barba de Papá Noël, se sobresaltaron con nuestro paso y se alejaron al trote. Pronto se calmaron y siguieron comiendo. Tengo la impresión de que no se asustaron demasiado. La prohibición de su caza no sólo ha favorecido el que sean abundantes, sino que ha disminuido su temor al hombre y su tranquilidad nos permitió disfrutar de un atardecer mágico. No hace falta demasiado ¿verdad?: buena compañía y alguna ingenua sorpresa. Estamos en tiempos de Navidad.
Siguió cayendo la noche y tuvimos que alejarnos de allí. La visibilidad era muy escasa en el fondo del valle. Seguía lloviznando. El atardecer era de otoño, evidentemente. Paradigma de frío en el campo y de calor en los hogares. De las chimeneas de las casas empezaron a salir penachos de humo; y el olor a madera quemada, ardiendo en los hogares, pronto llenó el pequeño valle. Ni un sonido más alto que otro que asustara a los corzos. Los dejamos alimentándose en las sombras de la noche incipiente.
Pero la vida silvestre seguía bullendo. Fuera de los muros de las casas, que separan lo civilizado de lo salvaje, los animales silvestres seguían asomándose a la noche. Un zorro (Vulpes vulpes)cruzó raudo la carretera, y corrió a nuestro lado oculto por las hierbas de la cuneta de las que sobresalía el extremo blanco de su cola. Enseguida tuvimos la visión de otro solitario corzo en unos rastrojos. Podía ser macho, aunque ahora han perdido los cuernos y están desmochados. Llegando a la carretera local, seis corzos, a los que vimos muy bien y cuyo anillo anal blanco brillaba como la barba de Papá Noël, se sobresaltaron con nuestro paso y se alejaron al trote. Pronto se calmaron y siguieron comiendo. Tengo la impresión de que no se asustaron demasiado. La prohibición de su caza no sólo ha favorecido el que sean abundantes, sino que ha disminuido su temor al hombre y su tranquilidad nos permitió disfrutar de un atardecer mágico. No hace falta demasiado ¿verdad?: buena compañía y alguna ingenua sorpresa. Estamos en tiempos de Navidad.
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