Foto 4.- En la subida hacia los bosques de hayas.
Estos dos últimos días nos hemos cogido vacaciones para acompañar a un amigo que tenía que realizar siete recorridos de censo de aves reproductoras, para el Gobierno Vasco. Los siete recorridos habían sido seleccionados en las comarcas cantábricas de la provincia de Álava. Cada uno de ellos estaba enmarcado en un biotopo diferenciado: campiña cantábrica, zona urbana, bosques de robles, bosques de alóctonas, matorral montano, bosques de hayas.
Iniciábamos los recorridos hacia las 7:30 de la mañana, recién amanecido, cuando el sol apenas rompía el círculo de la niebla. Por fin los días han sido radiantes y soleados. Hemos visto a las golondrinas, aviones y vencejos volar al sol, persiguiendo su presa, luchando por su vida, después de los días fatales que tuvieron la semana pasada. Hemos visto picos picapinos, trepador azul, crías de carbonero, carbonero, bisbita arbóreo, collalba gris, tarabilla común... Hemos visto muchos pájaros, de más de cuarenta especies. Pero lo mejor ha sido lo que no hemos visto. Los bosques vibraban del canto de las aves; eran el local con la acústica perfecta para que todos los cantos se oyesen a la vez. Mezclados en una única sinfonía interminable. Se relevaban los cantores, alguna luz fugaz entre los árboles, alguna visión pasajera. Pero ¡ay, amigos!, a mi lado iba el hombre que habla con los pájaros. Escuchaba un momento, ponía orden en la algarabía, y el galimatías se aclaraba al instante. Cada sonido era adjudicado de manera indubitada a un autor, único, perfectamente identificado: el papamoscas gris, el herrerillo, el zorzal, el carbonero garrapinos, el agateador, el pinzón, el pardillo, el triguero, el reyezuelo listado, el chochín, la curruca mosquitera, la curruca capirotada, el petirrojo, etc. y tantos y tantos otros. Lo mejor era cuando al poco rato, el autor de las vibrantes notas, perfectamente identificado por el sonido, hacía acto de presencia corroborando con su cuerpo serrano la identificación auditiva. Pero cuando las cosas ya eran para aplaudir era cuando mi compañero imitaba alguno de los reclamos apenas escuchado y, desde lo oscuro de la floresta, un indígena le respondía con toda claridad. Este hombre es el auténtico que habla con los pájaros, pero lo mejor es que éstos le contestan.
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