Foto 3.- Tres cigoñinos jóvenes haciéndose "los muertos" al ver invadida su salvaje intimidad.
Hay un pueblo abandonado en el que nadie ha entrado en los últimos veinte o treinta años porque está completamente rodeado de una cerca muy complicada de atravesar con amplias defensas naturales. Poco a poco, sus construcciones se han ido reduciendo a ruinas y sus calles y eras se han llenado de plantas, árboles y zarzales. Los patios, las habitaciones de las casas, con los techos hundidos, han sido invadidos por una flora pujante y oportunista en la que abundan los endrinos, los rosales silvestres, la zarzamora y todo tipo de plantas ruderales. Se han ido bloqueando firmemente pasos y caminos. Pero las barreras bloquean eficazmente sólo el paso por el suelo. Desde el cielo se puede recorrer todo el lugar. Así que las aves han hecho de este enclave su exclusivo paraíso terrenal. Entre ellas las cigüeñas. Con sus nidos han ocupado los muros, los árboles, las torres y los campanarios. Toda una ciudad para las cigüeñas blancas. El reino de las cigüeñas. Seguro que a los niños no los traen de París, seguro que los traen de esta enorme colonia atestada de nidos. Los altos muros cubiertos de hiedra han sido colonizados por las cigüeñas: los nidos han sido instalados encima de las tapias, de los muros semiderruidos, en los árboles. ¡Qué mejor lugar que éste para iniciar nuestro estudio sobre la filopatria de las cigüeñas! Allí nos fuimos el pasado lunes, armados de los correspondientes permisos, y fuimos intrusos en el paraíso. Violadores de una intimidad primigenia. Como tenemos que ir otro par de veces (no tenemos el menor deseo de disturbiar a la colonia así que sólo entraremos un par de veces más), os iré contando mis impresiones.
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