Cuando los comentaristas especializados en el cambio climático publican sus opiniones sobre los desplazamientos de seres vivos que producirá, a veces las cosas que dicen nos parecen exageradas o secundarias. Hay muchas informaciones en la red sobre los problemas de aislamiento de las aves que irán subiendo poco a poco por las faldas de las montañas buscando el frescor y las condiciones climáticas de las alturas. O la práctica desaparición del oso blanco (Ursus maritimus, antes Thalarctos maritimus) en libertad. También se pueden leer informaciones sobre aves africanas, como el camachuelo trompetero (Bucanetes githagineus) que habita ya normalmente en el sureste de la Península Ibérica. O el avance hacia el norte del elanio azul (Elanus caeruleus). También el busardo moro (Buteo rufinus) avanza desde sus cuarteles africanos hacia la Península pero sin llegar de momento a las latitudes a las que llega el elanio. Las informaciones hablan del desplazamiento hacia el norte de la fauna australiana; los problemas de supervivencia de los anfibios en un ambiente cada vez más cálido y seco. Y es que algunas de las consecuencias del cambio climático van a ser así, aparentemente irrelevantes, casi inapreciables, pero continuas, imparables.
En su edición de ayer día 25 de mayo, el prestigioso diario norteamericano The New York Times publicaba un artículo de Suzanne Daley sobre los africanos que viven en los bosques andaluces. Expulsados de África por las condiciones de extrema pobreza en que se desarrolla la vida al sur del sahel, jóvenes agricanos se han lanzado a la aventura de su vida, imprescindible para su supervivencia, de trasladarse a Europa. Se lanzan atraídos por las luces, los coches y el oropel; pero sobre todo expulsados por la desertificación, la pobreza, la sequía, en gran parte causada por el cambio climático. Sacados de sus pueblos y llevados a las ciudades por la sequía, acaban malviviendo en condiciones inhumanas en barrios entre chatarra y basura. Condiciones de vida agravadas por la corrupción y las diferencias de renta existentes en sus países. También estas migraciones de las personas son inapreciables cuando los emigrantes se integran en ciudades y pueblos, pero en el artículo que reseñamos, Suzanne Daley nos presenta a personas que no tienen nada, que han perdido todo en su marcha hacia el Norte y que habitan en los bosques de Andalucía. Los interesados, somalíes, eriteros, senegaleses, nigerianos, gambienses, vivían en condiciones extremas en las ciudades de sus países y ahora sobreviven en condiciones inhumanas en los bosques de Huelva. "No somos gente de la selva. Somos civilizados, pero así es como vivimos ahora, en el bosque. Sufrimos aquí". Se estima que en los bosques del sur de España, en la Comunidad Autónoma andaluza, más de 10.000 personas se refugian en chabolas y chozas de plástico y cartón. Esta es una muestra de los movimientos de poblaciones humanas ocasionados por el cambio climático. De las ciudades del sur a los bosques del norte. En sus países sobrevivían con 50 $ al mes, aquí llegan a reunir 42 $ al día. El sol aprieta, pero más aprieta la pobreza. Estas son las migraciones del futuro. Poco a poco, sin hacerse notar hasta que sean un movimiento imparable. No es posible impedirlo. No es posible poner barreras a las personas desplazadas por el hambre y la corrupción.
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