LOS JUSTOS.
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la Tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la Tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Jorge Luis Borges.
Qué imágenes tan delicadas ¿verdad? es una enumeración de una simplicidad hermosa, pero tan caótica como las enumeraciones de los antiguos, previas a la razón categorizada. Me recuerda a las clasificaciones de los libros de ciencias naturales chinos o de los bestiarios medievales, que utilizan una categoría distinta para cada grupo. Clasifican los animales en animales con piel, animales que echan fuego por la boca, animales que vuelan, animales que nadan en el mar, animales que se pueden comer, etc. Con lo cual el caos, para una mente occidental está asegurado porque ¿no es posible nadar en el mar y ser comestible? Al final son clasificaciones que no clasifican nada, pero enumeran caóticamente lo que, quizás, no debiera ser ordenado nunca en compartimentos estancos. A mí, la manía occidental de ordenar, categorizar, clasificar, establecer taxones y grupos en función de similitudes (a veces aparentes, ahora basadas en el sacrosanto ADN), me parece peligrosa pues da una falsa idea de simplicidad de la realidad. El reducirla a grupos comprensibles la esquematiza, nos hace perder matices. Los objetos y animales clasificados desconocen el lugar que les corresponde y, a menudo, se saltan las reglas mediante excepciones. Besitos princesa. Orden de las princesas que echan fuego por los ojos. De la Familia princesáceas regiis.
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