El paisaje es una expresión de la comunidad. El paisaje ha ido construyéndose entre todas las personas que actúan sobre él. El paisaje urbano o no urbano son historia pública. El paisaje está siempre en transformación, pero como creación conjunta que es, su transformación también ha de ser democrática. La modificación del paisaje ha de ser una tarea colectiva. No se puede abandonar este compromiso en manos de los profesionales, los cuales, ocultando a veces sus razonamientos bajo un lenguaje experto, se arrogan la competencia exclusiva en la modificación del paisaje. Contra el urbanismo de los urbanistas, contra la ciencia de los técnicos profesionales, la comunidad ha de ser llamada a la toma de decisiones trascendentales. El diseño tiene una dimensión política porque tiene una repercusión pública. La forma de desarrollo de los proyectos modificadores del paisaje ha de formar parte de los proyectos desde sus inicios. Contra la imposición técnica. Cada enunciado arquitectónico es autoritario, no busca el diálogo. Sin embargo al ser el paisaje una expresión de la comunidad, no se puede dejar en unas pocas manos; las cuales además, a veces, bajo la jerga técnica ocultan los intereses de una parte de esa comunidad: la transformación como inversión, la transformación atendiendo a los intereses del dinero,... Parece que el lenguaje experto, la jerga, tiene una solución siempre ¿Los que viven allí no tienen nada que decir? La participación de toda la comunidad no es una condición meramente deseable, sino que deviene en una exigencia de excelencia. La transformación ha de ser colectiva, enriquecida con múltiples puntos de vista. Lo contario no es más que otra forma más de injusticia medioambiental.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario