No he visto en mi vida más grajillas (Corvus monedula) juntas que las que entraron a dormir en los carrizales de la laguna de Medina (Jerez de la Frontera. España) el día 29 de agosto a eso de las 21:30 horas. Al filo de la anochecida, habría más de quinientas de estas aves. ¡Qué algarabía! La visita a este humedal, que es paraje protegido, próximo a los núcleos urbanos de las ciudades andaluzas Jerez de la Frontera y El Puerto de Santa María mereció la pena totalmente. Lo único, que había poca gente viendo el extraordinario espectáculo. Cuanta más gente se arremoline en sus orillas más posibilidades de supervivencia tiene este humedal cuya desaparición casi se dió por segura en el año 1969 cuando el propietario de unas fincas próximas eliminó toda la vegetación de ribera y aró el fondo de la laguna aprovechando un año excepcionalmente seco. En las poco más de cuatro horas que dedicamos a rodear la laguna y a aposentarnos en un cómodo observatorio de aves que hay allí instalado, pudimos ver, aparte de conejos (Oryctolagus cuniculus) y perdices (Alectoris rufa), más de doscientos ejemplares de patiamarillas (Larus michaellis) adultos y juveniles flotando en sus aguas. Tarabillas comunes (Saxicola torquata), cetia ruiseñor (Cettia cetti), y paramoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) se agitaban por los arbustos de acebuche (Olea europaea silvestris) y tarayales (Tamarix gallica) que rodean la laguna. Sobre el agua navegaban decenas de Somormujos lavancos (Podiceps cristatus), zampullines comunes (Tachybaptus ruficollis), ánades azulones (Anas platyrrhynchos) y el "equipo habitual" de anátidas y fochas comunes (Fulica atra). Un macho de malvasía cabeciblanca (Oxyura leucocephala), aunque ya sin el pico de guerra que ostenta un vivo color azul en el periodo nupcial, perseguía a un hembra de la especie y recorrieron toda la superficie de la laguna. En las orillas, entre la vegetación, se vislumbraba melancólico a un cheposo martinete común (Nycticorax nycticorax) adulto. En la orilla opuesta se amontonaban y se agitaban antes de echarse a dormir unas 183 garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) acompañadas de media docena de garcetas comunes (Egretta garzetta). Próximo al grupo, un morito ( Plegadis falcinellus) parecía, literalmente, la oveja negra del rebaño, con su libreta irisada de tonos oscuros. Volando sobre la laguna, indecisas sus componentes sobre en dónde dejarse caer para pasar la noche, claramente en migración hacia África, un grupo de seis ejemplares de garza imperial (Ardea purpurea) subía y bajaba lentamente. Caía la noche cuando entraron en el observatorio una madre (Homo sapiens) con sus dos hijos. Una niña y un niño de unos nueve años. Quedaron un momento en silencio, sobrecogidos. Después empezaron a hacer ruido. Preferí ese ruido a que el observatorio hubiera estado vacío. Ellos tienen el futuro de los espacios naturales españoles en sus manos. A lo lejos, la algarabía de las grajillas se iba difuminando. La oscuridad era completa cuando nos retiramos de allí. Los mosquitos que nos habían amenazado, finalmente se habían retirado o las abundantes golondrinas (Hirundo rustica), aviones comunes (Delichon urbica) y vencejos (Apus apus) que sobrevolaban la zona habían dado buena cuenta de ellos. Los carrizos (Phragmites australis) y las espadañas (Typha latifolia) saludaban inclinándose a impulsos de la brisa y frotando sus hojas hacían un ruido siseante. Dejamos la zona a las sombras de la noche.
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