(Cualquier día de estos, después del día 25, completaré esta entrada. Hasta entonces. ¡Mira lo que compras! Hablaremos. El pasado día 4 completé esta entrada, pero no se me publicó porque se colgó internet. Hoy día 7 de noviembre va la tercera. Si a la tercera no va la vencida lo dejaré una temporada como estaba previsto).
Hace de esto muchos años, tantos que era el año 1833, un oscuro economista inglés publicaba un opúsculo al que titulaba "La tragedia de los comunes". Narraba en él una especie de dilema en el que situaba la acción en los pastos comunales de una ciudad imaginaria. En aquellos pastos, ganaderos y pastores locales apacentaban sus ovejas. No eran muchas así que sobraba espacio y hierba para muchas más. Cada uno de ellos fue pensando, razonablemente, que podía añadir una más a su rebaño. Y así lo hizo. Como seguía sobrando espacio, cada uno, actuando razonablemente, sin pretender un gran beneficio económico, sino aprovechar mejor los campos y aumentar algo su rebaño, fue añadiendo ovejas. Hasta que se superó la capacidad de carga y los prados se arruinaron, las ovejas murieron de inanición y los ganaderos y pastores que pudieron tuvieron que empezar de nuevo. Ninguno de ellos había tomado ninguna decisión extrema, ninguno de ellos se había extralimitado. A ninguno de ellos, ya sea como individuos o conjunto, les convenía tal destrucción. Por el contrario, los arruinó. En 1968, Garret Hardin, escribe en Science, en el número 162, páginas 1243-48, un artículo que titula precisamente así "La tragedia de los Comunes". En él amplía esa idea del deterioro imperceptible ejercido por cada uno, realizando acciones razonables, nada extremas. El subtítulo que pone llama la atención: "El (problema) del incremento de la población no tiene solución técnica, requiere una extensión de la moralidad". Se refiere al efecto sobre la Naturaleza del mero incremento de la población mundial. Él, como muchos años antes el economista inglés, consideran que decisiones razonables, acciones individuales, no concertadas, pueden acabar, sin grandes escándalos, sin grandes catástrofes, con la Naturaleza. Simplemente porque cada uno ejercemos una pequeña presión; cada una de ellas casi imperceptible, pero que acaba teniendo su efecto. Es como el pie de San Pedro en Roma. Tantas mano lo han acariciado, tantas bocas lo han besado, que el bronce del que está construída ha desaparecido. Suavemente, poco a poco. O el pilar central en el pórtico de la gloria de la catedral de Santiago. Tanto manos se han apoyado en él que han grabado allí mismo una mano. Poco a poco, nadie más que otro. Nadie utilizando un cincel y un martillo. "Entre todos la mataron y ella sola se murió". Persona a persona se puede hundir el mundo. Persona a persona se puede salvar el mundo. Gota a gota perfora el agua la roca. Las consecuencias positivas o negativas de nuestras acciones, por muy diminutas que sean, por muy intrascendentes que nos parezcan, son tremendamente importantes. Las acciones individuales, repetidas de una manera natural y con apenas esfuerzo por miles de millones de personas, son moralmente importantes, porque tienen un tremendo efecto sobre el medio ambiente. Incluso aunque nadie se extralimite, simplemente haciendo las cosas comunes racionalmente. ¿Ves ahora la relación entre el osito panda y el supermercado? Las decisiones que tomamos en nuestras compras, afectan a toda la humanidad. Algo así como el efecto mariposa.
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