Según demuestran los investigadores de la Universidad de California (UCA), del campus de Irvine EUA, en un artículo publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences, corresponde a un mecanismo ancestral el que no podamos comer una única patata frita o un solo bocado de hamburguesa (o de salchichón, o de chorizo, o de fuet, ¡hummm!). De acuerdo a sus investigaciones, los alimentos ricos en grasas provocan en los mamíferos la secreción de unas sustancias neurotransmisoras llamadas endocannabinoides. Estas sustancias son similares al componente activo de la marihuana y despiertan el deseo de consumir grasas sin parar. El estudio realizado lo ha demostrado claramente, sin género de dudas para el caso de los roedores, pero el efecto es conocido por muchísimas personas que son incapaces de parar de comer chocolate o patas fritas una vez comida la primera. "Comer y rascar todo es empezar". Parece ser que la producción de esas sustancias euforizantes que lanzan al cuerpo a desear seguir comiendo son un atavismo evolutivo. Las grasas son productos que, en la noche de los tiempos cuando los mámíferos empezaron a conquistar la Tierra, escaseaban en el entorno natural a pesar de ser sumamente útiles para la vida. Las grasas disuelven vitaminas para repartirlas por el cuerpo, acumulan reservas, se convierten rápidamente en calor en caso necesario, etc. por lo que su consumo era deseable en aquellos miles de años de penuria alimenticia. En el caso de encontrar una fuente de grasa, el mamífero afortunado desarrolló unos mecanismos para no parar de comer hasta agotar la fuente. Era preciso, a cualquier precio, hacerse con tan excelente botín sin dejar ni rastro.
Los endocannabinoides son un vestigio evolutivo que nos impulsa a consumir todas las grasas que podamos, porque son fundamentales para el funcionamiento celular. El problema es que ahora, los productos ricos en grasas están por todas partes. El cerebro humano, producto de una evolución muy larga y por lo tanto con dificultades para adaptarse a realidades que cambian muy deprisa, no discrimina y desea hacerse con todas las grasas que pueda. "Devorar, devorar, ser un zampabollos", es la consigna que transmite al resto del organismo cuando se enfrenta a un producto grasiento y churrretoso. "El proceso químico que despierta la gula comienza en la lengua, que detecta las grasas y envía una señal al cerebro. Desde ahí, y a través del nervio vago, llega al tracto digestivo, en donde estimula la producción de cannabinoides. Estos neurotransmisores incrementan la señalización entre las células de tal forma que despiertan un apetido voraz", según explica Ángel Díaz en la versión digital de El Mundo. Resulta que todos los seres humanos estamos permanentemente a régimen para luchar con esos kilos de más que todos tenemos. Luchamos contra el deseo de devorar y, en cuanto probamos un alimento rico en grasa, los genes desarrollados por la evolución y que permitieron sobrevivir a nuestros antepasados, nos obligan a tragar y tragar para asegurarnos la supervivencia. ¡Yo no tengo la culpa, es una herencia evolutiva de los años difíciles de la Humanidad! ¡No soy un hambrón ni un zampabollos, soy digno heredero de una estirpe de comegrasas! ¡Qué satisfacción, no tengo la culpa! La culpa es de la Evolución, y por ende, de Charles Darwin. Perfecto, se lo diré a mi mujer.
Los endocannabinoides son un vestigio evolutivo que nos impulsa a consumir todas las grasas que podamos, porque son fundamentales para el funcionamiento celular. El problema es que ahora, los productos ricos en grasas están por todas partes. El cerebro humano, producto de una evolución muy larga y por lo tanto con dificultades para adaptarse a realidades que cambian muy deprisa, no discrimina y desea hacerse con todas las grasas que pueda. "Devorar, devorar, ser un zampabollos", es la consigna que transmite al resto del organismo cuando se enfrenta a un producto grasiento y churrretoso. "El proceso químico que despierta la gula comienza en la lengua, que detecta las grasas y envía una señal al cerebro. Desde ahí, y a través del nervio vago, llega al tracto digestivo, en donde estimula la producción de cannabinoides. Estos neurotransmisores incrementan la señalización entre las células de tal forma que despiertan un apetido voraz", según explica Ángel Díaz en la versión digital de El Mundo. Resulta que todos los seres humanos estamos permanentemente a régimen para luchar con esos kilos de más que todos tenemos. Luchamos contra el deseo de devorar y, en cuanto probamos un alimento rico en grasa, los genes desarrollados por la evolución y que permitieron sobrevivir a nuestros antepasados, nos obligan a tragar y tragar para asegurarnos la supervivencia. ¡Yo no tengo la culpa, es una herencia evolutiva de los años difíciles de la Humanidad! ¡No soy un hambrón ni un zampabollos, soy digno heredero de una estirpe de comegrasas! ¡Qué satisfacción, no tengo la culpa! La culpa es de la Evolución, y por ende, de Charles Darwin. Perfecto, se lo diré a mi mujer.
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