Pasamos la tarde del sábado en el río Tirón. Tumbados sobre las piedras de sus orillas escuchamos durante largo rato la música calmada de las aguas al fluir. Hacía muchísimo calor. Creo que era la tarde de este verano en la que más calor ha hecho, y el verdor, el sonido del agua, las sombras calmaban la fiereza ardiente del sol. Era muy hermoso estar allí, en silencio, envueltos en esa atmósfera fresca de los bosques de ribera. Fuera, el viento solano parecía querer incendiar la tierra. Desde los abrasados campos de cereal, mantenidos al otro lado de la frontera verde de los chopos, los alisos, los fresnos, los sauces y de los matorrales llegaban a beber al río jilgueros europeos (Carduelis carduelis), torcaces (Columba palumbus), verdecillos (Serinus serinus), lavanderas boyeras (Motacilla flava).
Los jilgueros llegan incesantemente, bandada tras bandada. Tengo la impresión de que se trata de grupos familiares, la pareja más uno o dos pollos supervivientes de este año. Llegan hasta el río en oleadas a lo mejor más de sesenta pájaros. Después de beber se protegen en los grandes sauces de la orilla de enfrente y cantan y cantan. Llegan con el pico abierto del calor que tienen y se elevan hasta los árboles verdes a canturrear durante horas.
Un papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) se posa en los arbustos de la orilla cerca del agua, y desde allí se lanza a contraluz contra insectos que llegan volando hasta el centro del río. Los ve perfectamente aunque tienen el sol detrás y ya está bajo. Los captura y vuelve a su posadero. No parece sentir el calor. Es de colores un tanto desvaídos y, aunque no puedo distinguir si la marca de las cobertoras primarias se acerca o no al borde del ala, creo que es una hembra. Captura dos o tres moscas más y se marcha.
A unos veinticinco metros hacia el norte vemos el azud y las compuertas de la fábrica de luz "Mojón blanco". Estamos en tierras protegidas de visón europeo (Mustela lutreola) y los carteles con las siglas LIFE OO NAT-E/72/99 que anuncian el programa europeo de recuperación de orillas para la conservación del visón europeo se entrevén, medio sumergidos por la maleza, a nuestro alrededor. Cambia el viento, se hace marcadamente de poniente y nos invade el aire el olor dulzón y nauseabundo de una granja porcina próxima al cauce. Es tan fuerte el olor en esta tarde abrasadora (en la granja habrán abierto las ventanas para que entre el aire y no se asfixien los cerdos) que me marea. El teléfono móvil (el celular que decís en américa) no para de acercarme correos electrónicos de la oficina. Los cables de la luz cruzan y recruzan el aire sobre el cauce.
La huella humana es intensiva. Sin embargo, el interior del bosque galería es un mundo aparte. Por el aire cazan los aviones zapadores (Riparia riparia). El silencio de la tarde se hace más sonoro con el agua saltarina. Es evidente la huella humana, pero el bosque nos protege del entorno. Estamos encerrados en el útero materno. Hay un momento en el que el tiempo se detiene. Pero la barrera arbórea nada puede contra el repugnante olor a heces porcinas, se rompe el encantamiento y tenemos que marcharnos.
Hola:
ResponderEliminarPerdona, pero ¿podrías decir cómo hace uno para ponerse en contacto contigo? O miro mal, o no veo tu dirección de e-mail por ningún lado. Gracias