Transcurre la tarde perezosamente. El frescor de la mañana en la montaña se ha trocado en calor. El cielo se ha ido despejando y, aunque sigue nublado, el sol se deja sentir ya en lo alto. Hay un resol con neblina. Estamos entre árboles, son las 17:30 y estamos echados en unas hamacas mirando a los riscos que nos rodean. Desde hace un buen rato, el pito real (Picus viridis) "relincha" en los árboles del soto. Un repiqueteo en un bosque de robles y chopos nos advierte de la presencia del pico picapinos (Picus major). Encima de nuestras cabezas, un trepador azul (Sitta europaea) está empeñado picando la parte superior de un muñón que ha dejado la rama de un roble al caer. Por fin saca una larva blanca y gruesa. La devora y se va. Pronto vuelve a seguir picoteando.
Son ya las seis de la tarde y el aire suena a zumbidos de insectos y a humanos aviones lejanos que van hacia el mar. Y de allí ¿a dónde? A Londres, Nueva York, a todo el mundo. Nos llaman y llaman.
El aire huele a prados y vacas. Suave olor a heno y flores. Cálido, acaricia la piel y ayuda a conciliar el sueño. Es balsámico. En unas hayas cercanas, al otro lado del río, una hembra de carbonero (Parus major) se afana comiendo hayucos que sujeta con las patas contra la rama en la que está posada. Nos rodean paramoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) que se lanzan desde sus posaderos al aire a por insectos voladores que vemos como esferas doradas iluminados por la luz de la tarde. Las alas del pájaro dejan pasar la luz y parecen radiografías alares. Luego se posa a devorarlos. Por fin aparece un pinzón común (Fringilla coelebs). Lo llevábamos esperando toda la tarde. Es una de las aves más abundantes en las primaveras de estos bosques pero hoy no había aparecido ninguno.
O nos ponemos en marcha o volvemos a dormirnos. Está la tarde de sueño. Por el camino nos preceden docenas de verdecillos (Serinus serinus) y bisbitas pratenses (Anthus pratensis) quizás recién llegados para invernar, o en paso. Vemos por fin un chochín (Troglodytes troglodytes). Llevábamos oyéndolo toda la tarde y por fin aparece sobre uno de los muros de piedra seca. Entre los matorrales y árbustos próximos al camino, se agitan mosquiteros (Phylloscopus sp.), acentores comunes (Prunella modularis). En un mismo arbusto medio seco vemos, simultáneamente, a un herrerillo (Cyanistes caeruleus), un petirrojo (Eritachus rubecula) y un mosquitero. Un poco más allá, una curruca capirotada (Sylvia atricapilla) macho nos muestra su sexo con su boina negra. En lo más alto del cielo, aparece un alimoche adulto (Neophron percnopterus). El buitre blanco, el buitre sabio. Se acerca a los roquedos. De pronto, una sombra tres veces más pequeña que él, se tira contra el ave. Es un halcón peregrino (Falco peregrinus) que no quiere visitas. El alimoche se da la vuelta e intenta frenarlo con las patas. Entrechocan las garras. El alimoche traspone la sierra. El halcón recorre todos sus dominios con un vuelo poderoso. Le sigo con los prismáticos un largo rato. El sol empieza a ponerse y sólo ilumina ya las más altas cresterías. Una vez más hemos comprobada la enorme variedad ornítica de estas sierras del norte de Burgos. Una vez más hemos disfrutado, además de la hospitalidad de los cuñados, de una Naturaleza primigenia. Repleta de aves. Los animales silvestres siguen viviendo aquí a pesar de la absurda persecución de la que siguen siendo objeto. A ver por cuanto tiempo.
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