A pesar del empeño que el sapo común (Bufo bufo) pone en la perpetuación de la especie. Su vida, como la de todos los anfibios, está pendiente de un hilo. Y no son los rayos UVA, o extrañas conjunciones de factores micóticos combinados con el calentamiento global. En este caso, el canal de derivación de una central hidroeléctrica recientemente puesta en marcha en Belorado (Burgos), que deriva agua del río Tirón, se ha convertido en una trampa mortal. Situados los bordes del canal a la altura del suelo circundante, recrecido éste por un pequeño pedraplén, caen en él machos y hembras cuando se dirigen al agua a realizar su apareamiento y sus puestas. Caídos en el canal, son arrastrados por la fuerza de la corriente y aplastados contra el rastrillo de protección. Allí se quedan pegados, pues no pueden ni trepar por el acero galvanizado del rastrillo, ni pueden dejarse caer pues la fuerza de la corriente los mantiene pegados al rastrillo. El sábado rescatamos a tres grandes hembras y un macho. La extrema fidelidad que este anfibio muestra por los lugares de cría, llegando a recorrer varios kilómetros en su migración estacional, puede llevar a que este lugar se convierta en un sumidero de los ejemplares de muchos kilómetros a la redonda.
A pesar de todo, el macho, ajeno a la irremediable suerte que le espera, sigue esforzándose por cumplir con su mandato genético. ¿Irremediable suerte? Sería suficiente con rebajar 25 cm el límite del pedraplén y los sapos ya no podrían acceder por él a los bordes del canal ni precipitarse en sus aguas. ¿Sería mucho pedir que se hiciese esa labor, que incluso puede ser realizada con las manos?
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